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Martes, 15 de marzo de 2011. Actualizado hace 20 minutos auxi
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Fumo y por lo tanto no peco y estoy fuera de ley. Vivo a 100 kilómetros de mi lugar de trabajo y, si quiero ganarme el pan con el sudor de mi frente, tengo que coger el coche privado, ya que el transporte público que me lleva hasta mi casa termina a las 10 y yo todos los días concluyo mi jornada laboral pasada la medianoche. He sido madre trabajadora y, aunque adoro a mis hijos, conciliar mi vida laboral y familiar desde hace 28 años no ha sido precisamente fácil. Reconozco que muchas veces les he dado bollería industrial para que la tomaran al recreo y también que les he llevado a comer hamburguesas, incitando en mis dos retoños hacia una dieta poco sana.  Eso sí, creo que soy una buena ciudadana, respetuosa con los demás y con las normas. Pago mis impuestos religiosamente, jamás he dejado de ir a votar en unas elecciones, nunca le he faltado al respeto a un representante público- ni siquiera cuando su gestión hubiera merecido adjetivos calificativos de alto voltaje- y, afortunadamente, jamás he tenido cuentas pendientes con la ley.

Ya he cumplido los 50 y, como casi todos los de mi generación -o al menos los de mi círculo más próximo-, soy de las que luché contra el franquismo en la Universidad con el deseo de que mi país respirara democracia y libertad. No me he arrepentido nunca de mis inquietudes políticas de entonces y me he sentido orgullosa de que mis hijos hayan nacido y crecido en Democracia. De hecho no me importa que ellos digan burlonamente que les contamos "batallitas" cuando su padre y yo relatamos como era eso de pertenecer a un partido clandestino, repartir panfletos, hacer pintadas o correr delante de los "grises" en las manifestaciones. Ellos han nacido en libertad y mamado democracia, no saben qué significado real tiene eso de las dos Españas, ni conciben otro régimen político que no sea el que emana de las urnas. ¡Son afortunados!

Estoy orgullosa de todo lo que hemos conseguido los jóvenes de entonces, pero últimamente vuelvo a sentir una sensación de asfixia, de falta de libertad y de oxigeno que había olvidado. Cuando enciendo un cigarrillo miro a mí alrededor y aunque esté en un lugar abierto y al aire libre siempre temo que alguien venga a afearme la conducta, o aparezca un chivato que me delate porque esté a pocos metros de un parque infantil cuya existencia desconozca. Cuando cojo el coche y hago sola más de 200 kilómetros siempre creo que alguien puede pensar que soy una despilfarradora porque no comparto el vehículo. ¡Claro que es muy difícil de encontrar compañeros de viaje saliendo de casa a las 6 de la mañana y regresando de madrugada! Y por si fuera poco contamino, por lo que también pueden decir que soy enemiga del medio ambiente. Tampoco llevo una vida ordenada, apenas hago deporte y muchos días optó por la comida rápida en vez de por la recomendable y saludable dieta mediterránea. Eso sí soy una persona sana, que  solamente he estado de baja por enfermedad cuando he dado a luz y jamás ¡afortunadamente! me he visto en una cola del paro. Tengo una casa grande y antigua, aunque rehabilitada y en invierno el gasto de gas se dispara igual que el recibo de la luz. También tengo hipoteca y por lo tanto, según el señor Campa, soy millonaria pero no puedo darme al consumo, tal como el recomienda, porque mis cuentas no salen y no estamos para grandes alegrías.

Hago las cosas lo mejor que sé, pero no sé en qué momento este gobierno me ha situando entre los malos ciudadanos, a quienes hay que señalar con el dedo acusador. Como fumo me expulsa del sistema público de Sanidad y si quiero rehabilitarme no me cubre el tratamiento de desintoxicación. Como necesito el coche no soy una persona responsable y me castiga alargando aun más el tiempo que tardo en ir a mi puesto de trabajo, con esa nueva norma de los 110 kilómetros a la hora. Me considera una mala madre y una compañía poco recomendable y yo ¡tonta de mí! me siento profundamente culpable por todo ello. Para aliviar mi angustia he pensado que el gobierno, ya que no me acepta tal como soy, debería reeducarme y ya de paso borrar  de mi raciocinio el concepto de libertad porque así al no saber lo que es, no la echaría de menos cada día. ¡Por favor que me reeduquen ya para que no me sigan situando fuera de ley y un mal ejemplo social!



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