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Todavía bajo el influjo de la película "Clara Campoamor, la mujer olvidada" -emitida por TVE en la noche del miércoles pasado-, me pongo a escribir sobre un tema que sigue estando de plena actualidad: la igualdad de la mujer en todos los ámbitos de la vida, no sólo en el laboral, también en lo personal y social, toda vez que aún son muchos los que se obstinan en cuestionar la capacidad de las mujeres para desempeñar los mismos trabajos que los hombres. Es cierto que no son la mayoría, pero haberlos haylos, prueba de lo que digo, son algunos artículos aparecidos en Internet, con motivo de la celebración del Día Internacional de la Mujer, en los que dejan entrever sesgos machistas que en otro tiempo no se hubieran atrevido a exponer a plena luz del día, por miedo a ser tachados de eso, de machistas, o de falta de respeto a la mujer.
Uno de los argumentos en los que se basaron los políticos de la derecha más recalcitrante para oponerse al derecho al voto de las mujeres en 1931, fue que las mujeres eran todas unas "histéricas", fácilmente manipulables por los maridos o por los curas en los confesionarios. Un argumento, el de "histéricas", que todavía se sigue utilizando, mayormente en el ámbito familiar, cuando lo que se pretende es desacreditar a la mujer.
Sé que hoy disfrutamos de unas leyes que nos apoyan y protegen, pero no por eso podemos dejar de dar por terminada la batalla de la igualdad, entre otras razones porque aunque sobre el papel es real, en la vida cotidiana, es un tema que todavía no ha calado plenamente en la sociedad. La prueba es el aumento del número de asesinatos de mujeres que se cometen en nuestro país. De ahí la necesidad de impulsar políticas educativas basadas en la igualdad y no en la discriminación, de ningún tipo.
Se considera normal lo que es una anormalidad
Hace unos días acudí a un centro de Caritas, donde se imparten clases de peluquería, maquillaje y electricidad a jóvenes que han abandonado las aulas por falta de motivación. Todas ellas se quejaban amargamente del trato vejatorio que les daban los chicos de su barrio, de cómo se burlaban de ellas por su forma de peinarse, de vestir, que en nada difiere de lo que acostumbramos a ver en los escaparates de la gran ciudad.
Pero sobre todo se lamentaban de la escasa importancia que su familia, sus vecinos, daban a este tipo de comportamientos. Lo que demuestra que todavía se sigue considerando como normal lo que es una anormalidad. Las mujeres nos hemos ido incorporando a todos los ámbitos sociales y laborales, pero seguimos sin conseguir los mismos salarios, ni los mismos puestos de responsabilidad que los hombres, ni el mismo reconocimiento. Tampoco es fácil compatibilizar trabajo y familia, mientras los hombres no asuman de una vez por todas que las responsabilidades deben ser compartidas por ambos. Una asignatura pendiente que espero que algún día podamos aprobar.?
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